Nostalgia de una
línea eléctrica.
Las líneas eléctricas recorren el mundo formando una especie
de tejido, que pudiera recordar el sistema nervioso de cualquier ser vivo; las
de alta tensión penden de grandes estructuras metálicas que semejan esqueletos apoyados
en cuatro patas, soportan cables aparentemente endebles que llevan energía y
por tanto vida, a cualquier rincón habitado por el hombre.
A mediados de los cincuenta, no puedo recordar con exactitud
el año, pues era un niño y este es uno
de mis primeros recuerdos, mi padre me
llevo con él y tuve la oportunidad de presenciar el armado de unos de estos
postes, en un paraje denominado “La Praderona”, lo hacían atornillando pieza a
pieza como quien ensambla un mecano, sobre las zapatas de hormigón previamente establecidas, se trataba del
montaje de una línea de alta tensión.
Fue la oportunidad de ganarse unos duros, para aquellos
que tenían la juventud y potencia física
suficientes para abrir en la tierra los profundos hoyos, acarrear y amasar la mezcla para el fraguado,
todo ello con sus manos, sencillas
herramientas y escaso jornal que
convenían para la obra terminada; obra que en ocasiones se encarecía y
prolongaba debido a la aparición en el subsuelo de roca imposible de romper sin
utilizar pólvora, estos riegos eran asumidos por el obrero que contrataba el trabajo, se cuenta algún
caso de saldo negativo para el mismo, como en el “Cumbrico de las Viñas”, donde
un hombre tardo un mes en abrir los huecos de las cuatro zapatas, además de
adquirir a sus expensas la dinamita
necesaria. En estas tareas terminaba toda la participación de mano de obra
local, el resto era trabajo para especialistas foráneos.
Una mezcla de respeto y miedo me invadió, cuando pasado un
tiempo y estando ya operativa la línea, me acerque por
primera vez a la reluciente estructura,
aún estando a cierta distancia se
escuchaba un siseo parecido
al de una culebra, pero acompañado de una especie de “erre” continua que aconsejaba
precaución, era algo desconocido e instintivamente estremecedor, para un niño
que hasta entonces solo había escuchado los
sonidos de la naturaleza, y que superaba
mi joven razón; mas aún cuando descubrí que en una de sus grandes patas, brillaba una
placa metálica exhibiendo una calavera, ello confirmaba totalmente mis temores,
y en ese primer encuentro no llegue a acercarme totalmente al monstruo.
Mas tarde cuando en la escuela aprendí a leer, supe que bajo
la calavera había una frase patibularia, “NO TOCAR PELIGRO DE MUERTE”; todos
estos signos nos mantenían a nosotros “los rapaces” relativamente alejados,
pero no lo suficiente, pues era frecuente utilizar los hierros de su base a
modo de campanas que repicábamos con
piedras, recuerdo también como algunos atrevidos se encaramaban hasta mediada la estructura metálica, haciendo
alarde de un arrojo que ahora se me antoja descerebrado.
Durante aproximadamente 55 años el tendido ha formado parte
del paisaje, y ha transportado corriente
eléctrica generada en Trives (Orense), hasta la subestación de Tordesillas
(Valladolid), con una tensión de 220.000
V. en sus cables, lo cual justifica sobradamente la calavera y demás signos de
advertencia; pues bien esta línea está siendo desmontada, las grandes
estructuras objeto de mis miedos, desprovistas ya de utilidad caen en silencio,
y sus inaccesibles puntas, son ahora
obligadas a mostrar en el suelo sus
secretos con la pasividad de un cadáver, de ello se encarga una afanosa tropa de maquinas y hombres , uno
tras otro los postes son abatidos, triturados y hechos desaparecer con la
limpieza y celeridad de un ejército de hormigas.
Sin embargo en toda esta historia de “polvo, sudor y hierro”
evocando el poema de Mío Cid, hay una nota de ternura y respeto a la naturaleza;
en el paraje denominado “Fuente de los Gallegos”, una cigüeña decidió
establecer su hogar en lo alto de una de estas estructuras, allí en pose
orgullosa está tratando de sacar adelante su retoños, y por el momento el
entramado que la sustenta ha conseguido escapar a la cizalla.
Desde el día en que de la ya desaparecida mano paterna vi surgir en “La Praderona”, algo desconocido y que superaba mi entendimiento,
hasta hoy que perfectamente comprendido lo veo desaparecer ante el objetivo de
mi cámara, ha pasado la mayor parte de mi vida, es por eso que no puedo evitar que me invada la nostalgia
y los recuerdos de una niñez rural, llena
de momentos vividos puede que un poco en
precario, pero impregnados de cariño, naturaleza y libertad.
LEOVIGILDO SANTAMARIA 2013